SUNNÍES Y CHIÍES: LECTURAS POLÍTICAS DE UNA DICOTOMÍA RELIGIOSA GEOPOLÍTICA DEL CONFLICTO ENTRE SUNNÍES Y CHIÍES: UNA VISIÓN GLOBAL Barah Mikaïl

29.07.2015 18:13
EL TEMA: SUNNÍES Y CHIÍES: LECTURAS POLÍTICAS DE UNA
DICOTOMÍA RELIGIOSA
GEOPOLÍTICA DEL CONFLICTO ENTRE SUNNÍES Y CHIÍES:
UNA VISIÓN GLOBAL
Barah Mikaïl
Con la «Primavera Árabe», el conflicto general entre sunníes y chiíes parece
haberse reavivado. Aunque la «cuestión sunní-chií» no se limita de ninguna
manera al mundo árabe, es sin duda en esta región del mundo donde se están
escenificando los más claros ejemplos de conflictos sectarios. Si bien las raíces de
esta cuestión se remontan a hace 14 siglos, se trata de una rivalidad que siempre
tiene mucho que ver con la situación política de cada momento. Resulta por lo
tanto importante no exagerar el papel desempeñado por el sectarismo religioso en
los acontecimientos actuales. Hoy en día existe una clara conflictividad social que,
aunque ciertamente relacionada con cuestiones religiosas, tiene sobre todo que
ver con las rivalidades entre Estados. No cabe duda que la mezcla entre cuestiones
políticas y religiosas es inherente a la historia misma del islam, pero ¿qué puede
ocurrir con el incremento del sectarismo observable en toda la región?, ¿se
mantendrá como una cuestión básicamente política, limitándose a las relaciones
entre los regímenes y gobiernos?, ¿o bien, al contrario, se extenderá cada vez
más hasta afectar a la vida cotidiana de sus pueblos y ciudadanos, derivando
progresivamente estos desencuentros entre sunníes y chiíes hacia una lucha cada
vez más encarnizada y global? Para responder a estas preguntas, conviene primero
repasar los principales hechos que han contribuido a la división del islam en
varias ramas, partiendo del sunnismo y del chiismo. Tras lo cual, aportaremos
ejemplos concretos del conflicto actual entre ambas corrientes y analizaremos por
qué ha derivado hacia expresiones violentas. Finalmente, formularemos algunas
sugerencias relacionadas con el futuro de las relaciones entre sunníes y chiíes y
cómo superar el conflicto.
Entre la política y la religión: las razones de un conflicto clave
Las raíces del conflicto entre sunníes y chiíes pueden parecer
básicamente teológicas, pero si las observamos en detalle, no es difícil constatar
que tienen también mucho que ver con cuestiones políticas y de rivalidades de
poder. De hecho, la semilla de este gran conflicto interislámico fue sembrada
en el momento del fallecimiento de Muhammad —el profeta del islam— en
el año 632. Muhammad carecía de sucesor masculino. Tras su muerte, sus
compañeros —aquellos que se habían convertido al islam y se habían adherido
a sus pensamientos y enseñanzas— se reunieron en al-Saqifa, un lugar ubicado
en la ciudad de Medina, y nombraron a Abu Bakr, uno de sus «compañeros»,
el primer califa del islam (632-634). A este le siguieron Omar (634-644),
Othman (644-656) y Ali (656-661). El problema surgió cuando Moawiya,
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gobernador militar de Damasco, rechazó la legitimidad de Ali (primo y yerno
de Muhammad).1
Hay que entender este intento de Moawiya de deslegitimar la concesión a
Ali del título de «califa del islam» desde una perspectiva esencialmente política.2
De hecho, desde un punto de vista religioso, los méritos y legitimidad de Ali estaban
sobradamente a la altura de los califas que lo precedieron. Era primo y yerno
de Muhammad, y gozaba de una buena posición por haber vivido muchos años
junto al profeta, llegando a convertirse prácticamente en su hijo adoptivo. Pero
aún más importante es el hecho de que Ali fue la primera persona en convertirse
al islam, mientras que Abu Bakr, Omar y Othman tardaron más tiempo en avenirse
a los llamamientos de Muhammad a abrazar la nueva fe. ¿Por qué no fue entonces
elegido como el primer sucesor de Muhammad? La historia nos cuenta que
mientras Ali se encargaba de lavar el cuerpo de Muhammad antes de su entierro,
el resto de «compañeros del profeta» se reunieron en al-Saqifa para elegir entre
los presentes a su sucesor. La ausencia de Ali debilitó pues su posición, razón por
la cual se vio obligado a esperar más de veinte años para ser nombrado califa. Por
lo tanto, el desafío de Moawiya a la autoridad islámica de Ali carecía pues de argumentos
religiosos de peso. Puesto que los califas concentraban en sus manos tanto
los poderes espirituales como los temporales, el gobernador de Damasco se basó
en un cuestionamiento político para alcanzar sus objetivos.3
Moawiya argumentó que Ali era el responsable del asesinato de su
predecesor Othman. El cuarto califa del islam negó esta acusación, pero la
posición de poder de Moawiya le permitió armar a un ejército propio y desafiar a
Ali a entablar combate, para que la gente viera cuál de los dos era más poderoso
y, por lo tanto, tenía mayor legitimidad para encabezar el islam. Pero cuando
ambos ejércitos se hallaban frente a frente, listos para entrar en combate, Ali
renunció súbitamente a luchar. Su decisión fue rápidamente instrumentalizada
por Moawiya, que consideró el acto de su adversario como una muestra de cobardía
que confirmaba su falta de legitimidad. Fue en este momento cuando tuvo lugar
la principal división de los musulmanes entre sunníes y chiíes. Resumiendo la
cuestión, se puede decir que los que apoyaron las actuaciones de Moawiya iniciaron
la corriente que hoy en día denominamos sunní, mientras que los seguidores
de Ali hicieron lo propio con la tendencia chií. A partir de entonces, ambas
1 Maxime Rodinson (2013). Mahomet. París: Editions du Seuil.
2 Para tener más detalles sobre los puntos que siguen y sobre las interferencias entre las dimensiones políticas y
religiosas en el conflicto sunnismo-chiismo, algunos libros recomendables son: Roy P. Mottahedeh (2008).
The Mantle of the Prophet: Religion and Politics in Iran. Oxford: Oneworld; Mohammad Ali Amir Moezzi y Christian
Jambet (2004). Qu’est-ce que le Shi’isme? París: Fayard; y Hichem Djaït (2008). La Grande discorde: Religion et politique
dans l’islam des origines. París: Gallimard. La mayoría de los puntos que desarrollamos a continuación están
basados en los datos y explicaciones aportadas por estas obras.
3 Hay varias maneras de interpretar la estrategia de Moawiya; una es la interpretación ortodoxa, normalmente
defendida por los sunníes, la otra es la interpretación crítica, mayoritariamente seguida por los chiíes. Para
comprender la versión chií de estos acontecimientos, véase Mohammad Ali Amir-Moezzi y el Institute of
Ismaili Studies (2011). The Spirituality of Shi’i Islam: Beliefs and Practices. Londres: I. B. Tauris. También resulta
muy útil consultar: Mahmoud Mustafa Ayoub (2005). The Crisis of Muslim History: Religion and Politics in Early Islam.
Oxford: Oneworld.
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Geopolítica del conflicto entre sunníes y chiíes: una visión global
corrientes evolucionaron por su cuenta a lo largo de la historia, dando lugar a una
violenta coexistencia en la misma región. Moawiya puso todo su poderío militar
al servicio de sus ambiciones políticas. Todos los imperios que siguieron al reino
de los omeyas —abbasí, otomano, etc.— pretendieron consolidar sus luchas y
conquistas en base a la «legitimidad» política y religiosa.4
Pero los chiíes no reconocen a los tres primeros califas del islam, pues
consideran que Ali fue el primer verdadero califa y el único sucesor legítimo de
Muhammad, mientras los sunníes, aunque reconocen la legitimidad de Ali, no
están de acuerdo con el rechazo chií a sus tres predecesores. Este desacuerdo no
solo sigue vigente hoy en día, sino que se halla tan profundamente arraigado en
cada una de estas tendencias religiosas interislámicas, que nada parece indicar
que las relaciones entre ambas comunidades puedan encaminarse hacia la
reconciliación, por lo menos en un futuro inmediato. Pero el islam es complejo
y sus realidades y conflictos van mucho más allá de esta cuestión sunní-chií.
Las numerosas comunidades que forman parte del islam poseen sus propias
interpretaciones y creencias, lo que no hace sino fomentar esta fragmentación
religiosa. Pero, con todo, la polarización sunní-chií supone, indudablemente,
la mayor y más amenazante división del islam. En la actualidad, las pretensiones
de ambas facciones de arrogarse la legitimidad tanto política como religiosa
pueden tener una base más o menos popular, según el país o la región de la que
estemos hablando, pero en cualquier caso, lo que resulta mucho más obvio es su
instrumentalización gubernamental, que permite que esta división se convierta
en uno de los principales pilares de sus políticas. Así, unos sucesos acontecidos
hace más de 1.400 años siguen teniendo eco en las cuestiones geopolíticas actuales,
añadiendo una mayor complejidad a los numerosos desafíos que ha de afrontar
una región ya ampliamente sometida a una gran presión.
Oriente Medio es objeto de numerosas rivalidades y de una dura lucha por el
liderazgo, y Arabia Saudí e Irán son los principales protagonistas de la misma. Aunque
estas potencias se vean obligadas a admitir en sus cálculos a otros actores y estrategias,
ambas acaparan gran parte de las perspectivas en curso en la región. Pero esto tampoco
significa que la lucha entre iraníes y saudíes por el liderazgo en Oriente Medio y el
norte de África sea necesariamente la principal cuestión en juego. Especialmente tras
la Primavera Árabe, los acontecimientos insisten en demostrarnos el importante papel
desempeñado por las particularidades de cada uno de los países del mundo árabe, que
parecen evolucionar por su cuenta, aunque a veces compartan también situaciones
comunes, como se ha podido comprobar en las revueltas que han conducido a la caída
de Ben Ali en Túnez y de Mubarak en Egipto. Aun con todo, ninguno de los Estados de
la región puede pretender pues cerrarse totalmente a las influencias externas. Y es aquí
donde se evidencia hasta qué punto, tanto Arabia Saudí como Irán, pretenden imponerse
constantemente, con sus respectivos intentos de hacerse con las riendas del mundo árabe
y de atraer al mayor número de actores hacia la defensa de sus políticas y puntos de vista.
4 Para ampliar diversos aspectos relacionados con el islam y su historia y evolución, véase John L. Esposito
(ed.) (1999). The Oxford History of Islam. Oxford: Oxford University Press.
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La búsqueda actual de legitimidad
Arabia Saudí se representa a sí misma como la legítima protectora de los
intereses sunníes. La presencia en su territorio de dos de los tres lugares sagrados
sunníes (la Meca y Medina), la ideología oficial del Estado saudí (el wahhabismo),
así como su activo desarrollo de una estrategia educativa panislámica sunní
(simbolizada en el ejemplo de las madrazas) y su apoyo a movimientos islámicos de
lucha, caracterizan una política sostenida a lo largo de décadas. El caso de la guerra
de Afganistán de los años ochenta —cuando Arabia Saudí apoyó activamente a
los muyahidines que luchaban contra las tropas soviéticas— constituye uno de los
ejemplos más ilustrativos de esta política.5 Pero esto no significa necesariamente
que los saudíes se embarquen en una estrategia ciega de apoyo a todos los grupos
religiosos sunníes por amor a sus creencias, pues se cuida muy bien de pagar un
precio demasiado alto por influir en la trayectoria de la región, asegurándose que
toda tendencia radical permanezca siempre bajo control. Arabia Saudí ha sido, de
hecho, el gigante diplomático del mundo árabe, por lo menos durante las últimas
cuatro décadas, al ocupar —con discreción y éxito— el vacío dejado por Egipto
tras la muerte de su presidente Naser en 1970.6 A los saudíes les preocupa que
cualquier cambio en el equilibrio regional pueda alterar su posición dominante,
razón por la cual pretenden tutelar todas las transformaciones en curso. Cuando
en 1979 se produjo la Revolución Islámica en Irán, temieron que Teherán fuera
capaz de exportar su revolución a todo el mundo árabe. Esto explica sus primeras
maniobras antiiraníes y antichiíes.7 Mientras que anteriormente siempre habían
sabido sacar partido a su alianza con Estados Unidos para contener las ambiciones
militaristas del sah de Persia (entre ellas, su acceso a armamento nuclear),
la revolución de 1979 les hizo obsesionarse con la idea de que Irán fuera capaz
de aprovecharse del dogma chií para influir en las comunidades de la misma
tendencia de todo el mundo árabe. 25 años después, en 2003, tras la caída de los
talibán en Afganistán, el final del régimen de Saddam Husein en Iraq les hizo
cobrar consciencia de lo dañina que podía resultar la situación para sus intereses
si los chiíes se hacían con el poder en este país tan cercano. Aunque también
se daban cuenta, evidentemente, de que Iraq había quedado neutralizado como
potencia regional desde el final de la guerra del Golfo de 1991, la capacidad de
Irán para desarrollar una creciente influencia política en este país les hizo sentir
que la amenaza estaba llamando directamente a su puerta. Esto vino a añadirse a
sus temores de acabar envueltos por una «medialuna creciente chií».8
5 Véase Barnett R. Rubin (2013). Afghanistan from the Cold War through the War on Terror. Oxford: Oxford University
Press.
6 Sobre la historia de Arabia Saudí, véase Madawi al-Rasheed (2010). A History of Saudi Arabia. Cambridge: Cambridge
University Press.
7 Véase James G. Blight et al. (2012). Becoming Enemies: U. S.-Iran Relations and the Iran-Iraq War, 1979-1988. Lanham
(Maryland): Rowman & Littlefield Publishers.
8 Esta expresión de «medialuna creciente chií» fue popularizada por primera vez por el rey Abdallah de Jordania,
en 2004, y fue después retomada por los regímenes de Egipto y de Arabia Saudí.
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Por su parte, Irán, de hecho, lleva tiempo intentando lograr una
creciente influencia en todo el mundo árabe. Pero la guerra contra Iraq (1980-
1988), que siguió a la Revolución Islámica, supuso más bien un obstáculo en su
camino, pues este importante conflicto regional —alentado por los Estados del
Golfo— debilitó en realidad a Irán, obligándole a concentrar sus fuerzas en el
mismo. Pero a pesar de todo, Irán también ha sido capaz de beneficiarse de la
evolución de la región. Por un lado, desde 1980 el régimen de Hafez al-Asad
en Siria decidió entablar una alianza estratégica con Irán, mientras Teherán
promovía, en 1982, la creación en el Líbano de un grupo militante islámico chií
hoy en día conocido como Hizbullah.9 Durante dos décadas, la estrategia iraní en
el mundo árabe se ha basado en estos dos pilares, si bien las arriba mencionadas
invasiones estadounidenses de Afganistán e Iraq han permitido en realidad a
Irán ampliar su influencia regional. Las alianzas políticas iraníes en Iraq son
más que evidentes, empezando por sus buenas relaciones con Nuri al-Maliki, el
primer ministro chií del país.10 Pero también desde un punto de vista comercial,
Irán desempeña igualmente un papel importante en la balanza económica tanto
de Siria como de Iraq, a lo que cabe añadir las contribuciones de Teherán a las
capacidades militares del régimen sirio y de Hizbullah. Por otro lado, durante la
última década se ha hablado mucho sobre la influencia de Irán en el grupo rebelde
chií de los Huthis, en el noroeste de Yemen, y en los opositores chiíes al régimen
de Bahréin. De forma parecida, toda una serie de países, desde Marruecos hasta
Egipto, también suelen referirse a la amenazadora estrategia iraní de fomentar
la conversión de sunníes al chiismo, con el supuesto objetivo de lograr una
mayor influencia regional. Pero hasta ahora, y paradójicamente, la mayoría de
estas acusaciones parecen tan obvias como difíciles de probar. Las denuncias de
Marruecos, Egipto e incluso de Jordania, sobre los «diabólicos» planes de Irán
en la región parecen estar relacionadas, en primer lugar y sobre todo, con sus
temores ante el desarrollo de tendencias populares «subversivas» que pudieran ser
influenciadas por las visiones y políticas iraníes antioccidentales. Este es un punto
en común de los citados países, y algunos más de la región, con Arabia Saudí, que
resulta ser además un importante mecenas de numerosos Estados árabes.
Aunque los principales objetivos de Arabia Saudí y de Irán no deberían
ser valorados únicamente en base a sus respectivas reclamaciones de legitimidad
religiosa, como tanto su retórica como los símbolos a los que acuden constantemente
presentan un aspecto religioso, es frecuente pensar que ambas potencias se
sienten guiadas por un deber mesiánico que no dejaría espacio a otras religiones,
sectas, corrientes y credos. Pero en realidad, sus planteamientos no son tan
estrechos. La historia del mundo nos ha demostrado sobradamente que aquellos
países que han intentado basar su legitimidad en rígidas ideologías o creencias
han acabado, tarde o temprano, condenados a perder poder. La caída del Muro
de Berlín en 1989 y su impacto en la urss supone un ejemplo perfecto de ello.
9 Judith Palmer Harik (2004). Hezbollah: The Changing Face of Terrorism. Londres: I. B. Tauris.
10 Toby Dodge (2013). Iraq: From War to a New Authoritarianism. Londres: Routledge.
Geopolítica del conflicto entre sunníes y chiíes: una visión global
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Arabia Saudí e Irán son conscientes de que su poder debe hallar varios canales de
expresión. Es por esto que, más allá de sus declaraciones oficiales, las cuestiones
que consideran realmente importantes resultan de hecho muy terrenales. Así, el
abanico de aliados que buscan los saudíes y los iraníes va más allá de sus creencias
religiosas. Evidentemente, cuando los credos compartidos facilitan la creación de
alianzas y de fuertes vínculos políticos, ninguna de ambas potencias los desdeñan,
pero en cualquier caso, sus principales objetivos siguen siendo, ante todo y sobre
todo, políticos. Las transformaciones en el mundo árabe están haciéndose cada
vez más complejas, especialmente tras la Primavera Árabe, por lo que cada país
debe tener en cuenta tanto el nivel estatal como el infraestatal, a la hora de definir
y mantener sus estrategias de influencia. Pues si Arabia Saudí e Irán hubieran
limitado sus políticas a consideraciones únicamente sectarias, habrían acabado
aislados y debilitados. El grado de animosidad entre ambas potencias requiere
la puesta en marcha de políticas y actuaciones que resulten atractivas a la mayor
cantidad posible de actores, a veces independientemente de sus adhesiones
religiosas. Una buena comprensión de las realidades de la geopolítica regional
de conflicto entre los «saudíes sunníes» y los «iraníes chiíes» requiere cobrar
consciencia de que, si es necesario, los saudíes pueden decidir adoptar una actitud
prochií, de la misma manera que los iraníes, cuando resulta conveniente, pueden
presentar una actitud prosunní. Pues la longevidad y la resiliencia de los Estados
dependen del pragmatismo, más que de las convicciones.
Representaciones actuales del conflicto sunnismo-chiismo
Las corrientes sunníes y chiíes no son producto únicamente de la historia
de Oriente Medio, pues ambas comunidades se extienden desde Marruecos hasta
Indonesia. Es más, tanto los sunníes como los chiíes son en realidad una minoría
en el amplísimo mundo musulmán. Por otro lado, en términos cuantitativos, los
mayores retos que han de afrontar estas dos corrientes en sus relaciones mutuas
nos conducen en realidad a Asia: Pakistán constituye un buen ejemplo del grado
de violencia e incomprensión entre ambas.
A pesar de lo cual, las tensiones políticas y de rivalidades estratégicas
predominantes en la región de Oriente Medio y el norte de África constituyen
la principal razón para prestar tanta atención a la evolución del mundo árabe.
Y por extensión, las demás regiones del mundo con otras tradiciones religiosas
no pueden pretender permanecer indiferentes a las tensiones internas de esta
zona. En la Unión Europea (ue), por ejemplo, el contexto pos-11S ha revelado
el importante número de comunidades sunníes que están viviendo en territorio
europeo. Parece como si todo el mundo hubiera descubierto, de repente, que el
radicalismo islámico también estaba presente en numerosos países de la ue. Este
hecho también ha propiciado varias hipótesis sobre el grado de apoyo de Arabia
Saudí a estas comunidades, así como sobre los potenciales vínculos de sunníes
árabes y no árabes con la organización al-Qaeda. Los medios de comunicación y
varios gobiernos han contribuido a crear una relación directa en la cabeza de la
gente entre el hecho de ser musulmán sunní y una inclinación natural a apoyar
11
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Geopolítica del conflicto entre sunníes y chiíes: una visión global
el extremismo religioso. Las sospechas sobre las responsabilidades que rodean
a los ataques del 11S también han afectado negativamente a Arabia Saudí, por su
supuesto apoyo a varios grupos de musulmanes radicales sunníes, pero en realidad,
muchas de estas sospechas —aunque no necesariamente todas— son abusivas.
Un fenómeno muy parecido se ha dado en el caso de los chiíes. Estos en
general —y los chiíes árabes en particular— no son mayoría en las comunidades
musulmanas en Estados Unidos ni en la ue, pero sí cuentan con una presencia
importante entre los musulmanes árabes establecidos en algunos países de
Latinoamérica y de África, por razones relacionadas con la historia de las
migraciones árabes hacia estas áreas. Por ello, se sospechó enseguida que Irán
y sus aliados libaneses —Hizbullah— estaban intentando establecer contactos
con sus correligionarios por todo el mundo para animarlos a organizar ataques
violentos en los países donde residieran. Podemos hallar ejemplos en este sentido
en los casos de Argentina11 o incluso de Bulgaria.12 No obstante, algunos Estados
árabes también se han sumado a este coro de acusaciones contra Irán e Hizbullah.
Mientras Marruecos expulsaba de su territorio, en 2009, al embajador iraní,
Hosni Mubarak a menudo hacía referencia a los casos de conversión al chiismo en
Egipto como un ejemplo de los deseos de Irán de atacar los intereses nacionales.
Cabe decir que, aunque hallamos también acusaciones similares en Senegal y en
Argelia, no dejan de parecer exageradas. Los temores de numerosos gobiernos de
la región hacia Irán y sus aliados constituyen la principal razón de su obsesión en
torno a las amenazas del chiismo. Irán nunca ha negado la existencia de dichas
conversiones, lo que no significa que su gobierno esté implicado en ninguna
estrategia de convertir a musulmanes —sunníes o no— al chiismo. No cabe duda
de que dichas conversiones efectivamente existen, pero de ahí a que se trate de un
fenómeno planificado a gran escala, eso es algo que aún está por demostrar. Es
más, la conversión de alguien al chiismo no conlleva necesariamente una adhesión
automática a Irán ni a sus políticas.
De hecho, desde un punto de vista teológico, los chiíes eligen a los guías
o líderes religiosos que desean seguir; y dichos líderes, llamados marja’, a menudo
anteponen sus creencias religiosas a sus sentimientos patrióticos.13 Aunque
no existen estadísticas disponibles al respecto, se piensa que la mayor parte de
los chiíes siguen las enseñanzas y orientaciones del ayatolá Sistani, radicado en
Iraq, cuya postura oficial consiste en no interferir en asuntos políticos —aunque
dicha postura ha de relativizarse, pues se sabe que el ayatolá más popular ofrece a
veces discretos consejos relativos a la vida política iraquí, si bien nunca lo hace
públicamente—. Con todo, la creencia de que la mayor parte de los chiíes de la
región árabe estaría dispuesta, debido a su intrínseco fanatismo, a seguir a ciegas la
11 El gobierno argentino acusó a Irán y a Hizbullah de hallarse detrás de los atentados de Buenos Aires de 1994.
12 El atentado, en 2012, contra un autobús de turistas israelíes en Burgas también suscitó acusaciones contra
Hizbullah.
13 Sobre la historia y situación actual de los marja’iya, véase nuestro estudio: Barah Mikaïl (2006). La Question de la
‘Marja’iya’ chiite, <https://www.iris-france.org/docs/consulting/2006_chiite.pdf> [Consultado el 15 de diciembre
de 2013].
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política regional iraní, no se sostiene. Aunque cierta cantidad de chiíes se adhiera
a las políticas iraníes, esto no significa que su actitud sea únicamente explicable
debido a su obediencia ciega a las orientaciones de su marja’. E incluso si esto fuera
así, Sistani no ha dado pruebas, en sus convicciones y opciones más personales,
de ninguna inclinación a favor de Irán, ni a favor de su dogma religioso oficial
ni de sus políticas. Muy al contrario, el líder religioso iraní ayatolá Jameneí se
ha posicionado contra la escuela de pensamiento de Sistani. Los árabes chiíes
tienden a centrarse en sus problemáticas internas (locales o nacionales), sin fijarse
forzosamente en la vida política iraní. Los chiíes en general suelen coincidir
con Irán con respecto a algunas cuestiones importantes, como su oposición a las
políticas estadounidenses y de sus aliados regionales; es más, resulta innegable
que no suelen llevarse bien con los sunníes, especialmente en lo relativo a sus
respectivas ideologías políticas. Pero nada de todo esto significa que los chiíes
formen inevitablemente un frente común a escala global; la situación en Iraq,
donde los chiíes se hallan totalmente enfrentados entre ellos mismos a lo largo de
un amplio abanico de cuestiones políticas y estratégicas, habla por sí sola.
Por otro lado, la autoridad del clero iraní sobre los chiíes se halla
cuestionada: prueba de ello han sido las manifestaciones que siguieron a
la reelección de Ahmadinejad en 2009, así como la creciente sensación de
desconexión, por parte de la juventud, de las normas religiosas nacionales.14 La
cohesión entre los chiíes del mundo árabe no es pues tan sólida como se suele
decir y pensar, lo que de hecho está limitando las posibilidades de un país como
Irán de emerger como líder regional.
Los países árabes con poblaciones mayoritariamente chiíes (Bahréin,
Iraq) constituyen una buena prueba de la amplia diversidad del chiismo. Estos dos
países tienen algo en común: «sus chiíes» no son capaces de separar su religión y
sus creencias de sus consideraciones políticas. En Bahréin, por ejemplo, los chiíes
(más del 60% de la población) están homogéneamente unidos con un objetivo
político común: que la dinastía gobernante (sunní) cambie su actitud hacia ellos,
reconociendo sus derechos básicos y acabando con la discriminación social que
sufren. Pero su visión difiere de la de los chiíes iraquíes, que se hallan divididos
entre diferentes tendencias, según qué líder político (o, más a menudo, político
«y» religioso) siga cada una.15 Sin embargo, los sunníes de ambos países se
muestran más cohesionados. Los sunníes bahreiníes defienden mayoritariamente
a la dinastía reinante; muy pocos entre ellos parecen dispuestos a considerar la
opción de que haya chiíes ocupando puestos políticos claves. En Iraq se da un
similar sentimiento de solidaridad entre los sunníes, aunque también existan
matices. Es decir, los temores de la minoría sunní de acabar bajo un régimen
proiraní (y, desde su punto de vista, prochií) ha ido desarrollando, a lo largo
14 Si bien Ahmadinejad no es un seguidor de Jameneí en temas religiosos, fue su protégé durante años, hasta que
ambos líderes expresaron fuertes diferencias, al final del segundo mandato presidencial de Ahmadinejad.
15 Sobre la diversidad de los chiíes en Iraq, véase Faleh A. Jabar (2003). The Shi’ite Movement in Iraq. Londres: Saqi
Books. Sobre Bahréin, véase Laurence Louër (2008). Transnational Shia Politics: Religious and Political Networks in the
Gulf. Nueva York; París: Columbia University Press.
13
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Geopolítica del conflicto entre sunníes y chiíes: una visión global
de los últimos años, una suerte de union sacrée entre ellos. En cuanto al contexto
posterior a 2003, este ha profundizado la separación entre estas dos comunidades,
aunque las semillas de dicha situación ya habían sido plantadas con anterioridad.
El debilitamiento del sentimiento nacional ha tenido mucho que ver con esto.
Hasta cierto punto, se pueden realizar observaciones parecidas en el
caso de países donde los chiíes son minoría: en Arabia Saudí, Yemen, Siria y el
Líbano, el sectarismo también forma parte de la política, aunque se suele reflejar
en el ámbito interno las políticas estatales regionales, al contrario que en Bahréin
e Iraq, donde la mayor parte de las problemáticas presentan un carácter local. El
15% de los ciudadanos saudíes son chiíes que, al igual que sus correligionarios
bahreiníes, también reclaman el reconocimiento de sus derechos civiles; pero
la mayoría de los saudíes sunníes considera que sus denuncias de abusos son
exageradas y/o injustificadas y la familia real reinante cree que la minoría chií
nacional es un ejemplo de comunidad influenciada por Irán. Lo mismo ocurre
en Yemen, donde los rebeldes zaidíes también se quejan de su pobre acceso a
los derechos civiles; pero el gobierno yemení, apoyado por Arabia Saudí, suele
considerar sus reclamaciones como parte de una conjura iraní contra el país. A la
par, las actuaciones armadas de los zaidíes afectan negativamente a su pretensión
de presentarse como un movimiento transparente e independiente. En Siria, el
actual presidente, que sucedió a su padre en 2000, forma parte de la minoría
alauí,16 por lo que es acusado de favorecer los intereses de esta corriente, a expensas
de las demás. En cuanto a el Líbano, las 18 comunidades que coexisten en el mismo
han quedado eclipsadas por la lucha política de los representantes políticos de sus
cuatro principales movimientos religiosos: los sunníes, los chiíes, los cristianos
maronitas y los drusos; si bien de nuevo la lucha más encarnizada es la entablada
entre sunníes y chiíes. Mientras el Hizbullah libanés pretende justificar su uso de
las armas por la defensa de los intereses nacionales, el Partido del Futuro sunní
y sus aliados aseguran que sus milicias están a las órdenes de Irán e impulsan
políticas sectarias. En última instancia, todas estas situaciones conducen hacia
una regionalización de problemáticas en su origen internas. Así, mientras Arabia
Saudí ha decidido implicar a Yemen en su lucha contra la influencia iraní en
la región, el régimen sirio está gestionando en paralelo su lucha interna y una
estrategia regional, hombro con hombro con Irán e Hizbullah. En lo que respecta
al conflicto en el Líbano, este también extiende sus lazos a su entorno regional,
pues si Hizbullah recibe el apoyo de Irán, sus rivales están siendo generosamente
patrocinados por Arabia Saudí.
Pero incluso en países donde los chiíes no constituyen una comunidad
relevante, la cuestión sunní-chií está adquiriendo una importancia creciente.
Es el caso, especialmente, en Marruecos, Egipto y Jordania. En 2004, Jordania
fue el primer país en denunciar la emergencia de una «medialuna creciente
chií» en la región, en parte debido a la influencia en la misma de las políticas
16 Aunque los alauíes derivan de una de las ramificaciones del chiismo, no pertenecen a la comunidad «chií
ortodoxa».
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estadounidenses. Esta expresión de temor creciente halló su eco en otros
países, como Egipto y Arabia Saudí. Diez años después, estos tres países siguen
manteniendo esta misma preocupación. En cuanto a Marruecos, su gobierno
ha decidido seguir esta misma línea: Rabat lanza periódicamente advertencias
alarmistas sobre conversiones masivas al chiismo dentro de su territorio y en 2009
decidió expulsar del país al embajador iraní. En un país donde la gran mayoría
de la población es sunní, su gobierno tal vez sea sincero en sus expresiones de
preocupación por la cuestión religiosa, pero no hay tampoco que olvidar que el
régimen depende estrechamente de financiación procedente de países del Golfo,
por lo que todas estas acusaciones contra Irán y su supuestas injerencias ayudan a
encontrarse muchas puertas abiertas entre inversores del Golfo.
La Primavera Árabe, por su lado, ha azuzado todas estas suspicacias; de
forma parecida a lo ocurrido tras la Revolución Islámica iraní de 1979, parece
como si los Estados sunníes de la región temieran de repente la capacidad de Irán
para aprovecharse de las insurrecciones y para animar a los árabes chiíes a tomar
las calles. Pero, aunque la acusación de que tras la Primavera Árabe se hallaría un
complot regional iraní no puede ser tomada en serio, las cuestiones de seguridad
regional se han convertido en la excusa fácil para alzar el dedo acusador contra el
supuesto rol negativo desempeñado por esta potencia. Ante la posibilidad de una
mayor desestabilización regional, se tiende a caer en la reacción cómoda de acusar
a Irán y a sus ansias de influencia. Dicho esto, no ha habido nuevos países que se
hayan unido al grupo inicial antiiraní. Al contrario, Arabia Saudí se ha quedado
un tanto solo como el principal y más feroz acusador de aquellos actores regionales
«dirigidos por el extranjero» que considera responsables de la violencia. Egipto
y Jordania, por su parte, han rebajado notablemente el tono de su discurso.
Tan solo Bahréin, los partidos libaneses antichiíes y Yemen han convertido
sus temores al «ogro iranochií» en parte de su agenda oficial. En cuanto a los
propios iraníes, son más bien tendentes a rechazar las acusaciones o incluso a
intentar tranquilizar a los países árabes sobre sus intenciones regionales. Lo que
no significa que Irán no albergue preocupaciones similares, en lo referente a un
supuesto complot «arabosunní» dirigido a perjudicar sus intereses. En palabras
de un clérigo reformista iraní, desde el punto de vista de Irán «no existe ninguna
medialuna creciente chií, sino más bien sunní».17
La debilidad del gobierno central y de las instituciones: ¿Siria como indicador?
Las cuestiones sectarias son instrumentalizadas con fines políticos. Al
mismo tiempo, y desde una perspectiva más amplia, bajo numerosos temores
regionales subyace la crisis del Estado-nación. No resulta fácil determinar si las
fronteras tradicionales de la región van a verse o no modificadas en un futuro
cercano, pero en cualquier caso, la partición de Sudán, la federalización de
Iraq —que no por no reconocida es menos real—, la frágil situación de Libia,
las rivalidades sectarias en el Líbano y el incierto futuro de Siria suponen
17 Entrevista en Qom, Irán, en junio de 2006.
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AWRAQ n.º 8. 2013
Geopolítica del conflicto entre sunníes y chiíes: una visión global
claras señales de alarma. A excepción de Libia, sumida en una lucha tribal y
política por el poder, estos países están sujetos a poderosas rivalidades sectarias.
Estos conflictos y/o luchas a menudo coinciden con determinadas áreas de los
territorios nacionales. En Siria, los feudos de los alauíes, de los cristianos y de
los kurdos son bien conocidos y si el país acabara dividiéndose, muy seguramente
lo haría a lo largo de estas líneas sectarias. En el Líbano, la situación es aún más
heterogénea y las tensiones entre comunidades suelen traducirse en conflictos
entre regiones y distritos. En Iraq ocurre lo mismo entre kurdos, árabes sunníes
y árabes chiíes, que viven en tres áreas geográficas distintas y bien definidas.
Las tensiones políticas imperantes en todos estos países están sacando a la
luz una debilidad estructural de las instituciones centrales. Y si cualquiera
de ellos se partiera, habría muchas posibilidades de que causara divisiones
similares en sus vecinos regionales. Esto parece especialmente cierto en el caso
de Siria, donde cualquier partición oficial del país tiene todas las de provocar
consecuencias parecidas entre sus vecinos directos. Y esta posibilidad resulta de
lo más inquietante para los Estados del Golfo en general, y para Arabia Saudí
en particular. Los países de la Península Arábiga consideran de hecho que sus
estructuras políticas son sólidas, en comparación con la mayoría de los demás
países árabes, y no desean que esta «estabilidad» se vea amenazada por ninguna
Primavera Árabe ni por ningún «complot extranjero». Un mayor estímulo
del sectarismo podría de hecho afectar a sus territorios, donde los panoramas
sociales no son demasiado homogéneos. El «factor chií» sigue constituyendo
pues para ellos una preocupación considerable, no forzosamente debido a los
desencuentros teológicos tradicionales, sino más bien porque amenaza con
incrementar el riesgo de una «sudanización» de la región, con comunidades
deseando declarar su especificidad sociopolítica.
Mitos y límites de las soluciones a esta geopolítica del conflicto
Hablar de la existencia de soluciones rápidas y eficientes a la geopolítica
del conflicto entre sunníes y chiíes sería tan poco realista como difícil de definir.
Las raíces de los problemas entre ambas comunidades van más allá de una cuestión
de percepciones, pues se entremezclan demasiados elementos, lo que explica su
complejidad. A pesar de lo cual, sigue siendo posible intentar determinar qué
medidas han demostrado ya estar limitadas, así como intentar prever qué posibles
cambios institucionales podrían, ya sea difuminar las tensiones regionales, o bien
aportar respuestas más pragmáticas a largo plazo a los retos regionales.
¿Podría un «Vaticano II» resolver las cosas?
Existe un consenso generalizado de que el Concilio Vaticano II (1962-
1965) cambió la historia de la Iglesia católica. Es evidente que las reformas en
ese momento adoptadas contribuyeron a renovar la cara del catolicismo. Sin
alterar sus principios, estos adquirieron un aspecto más adaptado al mundo y sus
realidades. Pero ¿sería realista plantearse algo parecido en el caso del islam en
general y del sunnismo y/o chiismo en particular?
AWRAQ n.º 8. 2013
16
Barah Mikaïl
Tanto sunníes como chiíes comparten una misma fe original: consideran
a Muhammad el profeta del islam y leen y tienen en común un mismo libro sagrado,
el Corán. Pero estos elementos no resultan suficientes para permitir una reforma
común bajo la bandera de su mutua adhesión al islam. Indudablemente, muchas de
las normas de referencia de los musulmanes (como, entre otras, las restricciones
alimentarias, las normas de vestimenta o la compatibilidad de algunas prácticas
con las necesidades de la sociedad contemporánea) merecerían un debate en
profundidad antes de considerar su reforma. Dicho lo cual, las relaciones entre
sunníes y chiíes no entrarían en semejante debate. El planteamiento de un
«Concilio la Meca II» tendría que partir de un consenso religioso entre ambas
comunidades, del que obviamente aún nos hallamos muy lejos. Pero las posiciones
de sunníes y chiíes tampoco son irreconciliables. De hecho, toda pretensión de
simplificar y generalizar la visión de cada una de estas corrientes está condenada al
error. Ambas comunidades cuentan con sus propios radicales y reformistas. Estos
últimos y los fieles más realistas pueden ayudar a tender un puente entre sunníes
y chiíes. Sin embargo, los factores políticos y geopolíticos parecen constituir el
principal obstáculo a su contribución a una solución.
La región sigue en manos de sus Estados más influyentes, que determinan
los términos de la discusión y cómo deben ser interpretados, a través de los grandes
medios de comunicación y de las ideas predominantes por estos defendidas. Y este
es un terreno en el que los Estados se sienten cómodos. Hablando en términos
generales, los sunníes y los chiíes poseen sus propias ideas preconcebidas, de
modo que tienden a seguir y/o a creer a aquellos medios que consideran que están
defendiendo sus intereses. En lo referente a los canales de noticias por satélite,
que se cuentan entre los medios más influyentes, salta a la vista que la creación de
numerosos canales nuevos a lo largo de la última década no ha impedido realmente
la difusión global de los prejuicios dominantes, y esta situación está teniendo unas
consecuencias importantes. La mayoría de las ideas desarrolladas en los medios
suelen adherirse a una u otra interpretación particular de los acontecimientos.
En lo referente al mundo árabe, los canales y noticieros más populares suelen
estar fuertemente influidos por la visión saudí o qatarí de la realidad. Ambos
países han desarrollado una estrategia influyente basada en la creación de sus
propios recursos y en la financiación de medios populares para defender su
visión de los acontecimientos. Al-Yazira está financiada por Qatar, mientras que
Al-Arabiya está cofinanciada por inversores procedentes de Arabia Saudí, Kuwait,
Emiratos Árabes Unidos y el Líbano. Al-Quda al-Arabi, uno de los periódicos más
populares de Oriente Medio, está financiado por Qatar, mientras que Al-Hayat
y Al-Sharq al-Awsat, dos de sus principales competidores, están patrocinados por
Arabia Saudí. El impacto negativo sobre la independencia de todos estos medios
es más que evidente: no es raro leer o escuchar numerosas noticias sesgadas desde
una interpretación sectaria de los acontecimientos.
Para que los reformistas pudieran impulsar el avance hacia un camino
positivo, es necesario superar este clima sectario regional y potenciar una
dinámica que implicara a todas las comunidades, sus líderes y sus representantes.
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AWRAQ n.º 8. 2013
Geopolítica del conflicto entre sunníes y chiíes: una visión global
Sin embargo, aunque ni los sunníes ni los chiíes cuentan con autoridades
religiosas supremas, la mayoría de los representantes oficiales del islam se halla
demasiado comprometida por sus estrechas relaciones con los diferentes actores
gubernamentales. Es más, no parece ni siquiera existir un espíritu de reformismo,
ni en el ámbito de las autoridades religiosas ni en lugares como al-Azhar, la Meca,
Qom o incluso Najaf. Esto no hace sino añadir obstáculos a cualquier progreso,
por mucho que las autoridades expresen periódicamente su interés por superar
las barreras sectarias.
El inacabado diálogo entre civilizaciones
Se han planteado numerosos proyectos de diálogo, especialmente
desde los ataques del 11S. Algunas de estas iniciativas se han referido, en sus
formulaciones, a cuestiones religiosas, mientras que otras han preferido acudir
a otros apelativos como el «diálogo entre civilizaciones». Sin embargo, el éxito
de todas estas iniciativas ha sido hasta ahora muy limitado. Cierto es que la
organización de debates y coloquios entre representantes y miembros de diversas
comunidades ha generado bastante interés. Ya sea en el caso de la Organización
de las Naciones Unidas o de países como Arabia Saudí —que ha inaugurado
un Centro Internacional para el Diálogo Interreligioso y Cultural en Viena—,
numerosas instancias y actores están intentando demostrar su implicación en
fomentar un mayor acercamiento entre comunidades. Pero, por lo que se ve, los
resultados positivos y reales aún están por llegar.
Los diálogos interreligiosos tal vez estén basados en las mejores
intenciones, pero siguen resultando insuficientes para aportar soluciones al
conflicto general actualmente imperante entre algunas comunidades religiosas, y
son de nuevo los sunníes y los chiíes las más importantes entre estas. Numerosos
atentados ocurridos en el mundo musulmán siguen teniendo objetivos sunníes
o chiíes, como se puede destacar en los casos de Pakistán e Iraq. Más aún, la
Primavera Árabe junto a la situación en Siria han resucitado un discurso centrado
en la amenaza que representan las «fuerzas sunníes», o bien las «fuerzas chiíes».
De nuevo, las realidades políticas y geopolíticas parecen más poderosas que todas
las buenas intenciones y deseos de fomentar el diálogo. Es más, cuando dichos
espacios de encuentro son promovidos por Estados que toman parte activa en
los conflictos, suelen suscitar automáticamente innumerables suspicacias. Los
proyectos financiados por Estados suelen ser vistos como operaciones de relaciones
públicas cuyo principal objetivo consistiría en limpiar la imagen de los mismos.
Y lo peor es que, obviamente, esto resulta ser cierto en la mayoría de los casos.
Aunque existen figuras de ejemplar moderación en el mundo
musulmán, sus audiencias parecen demasiado limitadas. La agitación política
y los temores a tratar con personas y comunidades motivadas por intereses
sectarios provocan reacciones de aún mayor recelo. La realidad en el mundo
musulmán es un auge actual de un espíritu generalizado de radicalismo
religioso. Las comunidades cada vez temen más resultar «secuestradas» por sus
«rivales religiosos». Y el debilitamiento de las estructuras gubernamentales y
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Barah Mikaïl
políticas no ayuda a aportarles mejores perspectivas para el futuro. Pues si las
adhesiones nacionales suelen funcionar como barreras eficientes de contención
de los sectarismos, la ausencia de sólidas estructuras nacionales puede generar
fácilmente la sensación de que las comunidades van a ser dejadas a su suerte. Es
por esto que todos estos diálogos entre comunidades suelen parecer tan inútiles
que difícilmente van a poder aportar respuestas a los retos en curso. Los Estados,
por su parte, tampoco pueden pretender una neutralidad creíble, mientras
sigan implicados en las estrategias geopolíticas, como es el caso también de
movimientos radicales, que ni siquiera suelen pensar en abrir diálogos, como
es el caso de al-Qaeda o del Hizbullah libanés. Toda esta arrolladora herencia
de incomprensión y desconfianza mutua difícilmente puede ser invertida,
especialmente en el contexto actual. En cuanto a los principales representantes
tanto de los Estados como de las comunidades religiosas, estos no aportan
muchas razones para confiar en su compromiso de superar los desacuerdos.
Además, sus posturas no siempre parecen implicar a todos los miembros de sus
respectivas comunidades.
Pero gracias a los medios de comunicación y a una mayor apertura al
mundo, la juventud del mundo musulmán está demostrando ser más sensible a
los hechos y a la realidad que sus propios padres y abuelos, lo que está abriendo
un espacio de esperanza de cara al futuro, si bien aún no parecen haber llegado
los tiempos en que una juventud más pragmática y moderada pueda determinar el
curso de las transformaciones globales.
¿Podría ser el cambio del centralismo al federalismo una posible solución?
En un nivel más amplio, es necesario pensar en soluciones pragmáticas
que ayuden a difuminar las tensiones actuales. Las actuales transformaciones en
algunas partes del mundo musulmán suscitan algunas preguntas cruciales: ¿y si el
futuro de algunos países ha de ser pensado atendiendo a alternativas concretas a la
forma Estado-nación? ¿Y si, en estos casos, el federalismo supusiera perspectivas
más positivas?
La conflictividad predominante entre las comunidades sunníes y chiíes
en Iraq, Siria y el Líbano no hace sino echar más leña al fuego a situaciones
similares, si bien no sectarias, en Egipto y Libia. En paralelo, Bahréin, Arabia
Saudí y Yemen también están afrontando diferentes grados de agitación social.
Evitando generalizaciones abusivas, tal vez haya llegado el momento de considerar
hasta qué punto el replanteamiento de la eficacia de los Estados centralizados
puede pasar a formar parte de las soluciones de futuro para algunos países. El
federalismo sigue siendo un tabú en el mundo árabe, donde la mayoría de la gente
piensa que su institucionalización conduciría a una división sectaria similar a
la situación recientemente experimentada en la partición de Sudán. Pero los
hechos también hablan por sí mismos: Iraq ya ha sido dividido de hecho en tres
comunidades, cada una de las cuales habita una parte específica de su territorio;
el Estado central es muy débil y cada vez menos capaz de garantizar los intereses y
de preservar la seguridad de sus ciudadanos.
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Geopolítica del conflicto entre sunníes y chiíes: una visión global
En el Líbano, los conflictos sectarios no son nada nuevo, pero la
concentración geográfica de ciertas comunidades en partes específicas del país
ha incrementado las tensiones entre los principales líderes políticos y religiosos
(es decir, sunníes, chiíes, maronitas y drusos), lo que está poniendo en peligro el
futuro del país. En Siria, es demasiado pronto para saber si se va a poder evitar la
partición del país, pero resulta obvio que el sectarismo forma ya parte de la lógica
de la guerra. En cuanto a Libia, aunque se trata de un país más homogéneo desde
un punto de vista social, numerosos líderes y ciudadanos de sus tres principales
regiones (Tripolitania, Fezzan y Cirenaica) están afirmando sus peculiarismos
y reclamando cada vez mayor «autonomía política» al Estado central. Pero
resultaría arriesgado extender esta misma lectura a otros países como Bahréin,
Arabia Saudí, Egipto o incluso Yemen, pues de nuevo, cada país tiene sus propias
características y lo que puede resultar cierto en un contexto específico no tiene
por qué serlo en otro.
Dicho lo cual, se olvida con demasiada facilidad que las fronteras
nacionales actuales son el resultado de determinados sucesos históricos y que
los países de los que estamos hablando hoy en día bien podrían haber adoptado
otras formas, e incluso otros nombres, de haberse dado otras circunstancias.
Por otro lado, las adhesiones patrióticas aún persisten y el sentimiento de
pertenencia nacional sigue desempeñando un papel de gran importancia en la
identidad de muchas personas. No obstante, la historia también experimenta a
veces aceleraciones brutales que pueden conducir a consecuencias inesperadas.
Los acuerdos Sykes-Picot, que no cumplen aún un siglo, generaron una situación
de gran fragilidad y no redujeron el sentimiento de pertenencia religiosa. Con
un mundo árabe en profunda crisis, resulta fácil de comprender que gente que
no confía en sus gobiernos busque una compensación aferrándose a la religión y
a las creencias espirituales. Aunque no haya que cejar en el empeño de promover
el diálogo entre comunidades y de desarrollar toda opción de acercamiento entre
las mismas, algunas realidades aconsejan vivamente prepararse ante la posibilidad
de que los gobiernos centrales pierdan su integridad y legitimidad. Si no nos
anticipamos convenientemente a esto, la fragilidad del mundo árabe junto a las
importantes tensiones cada vez más pujantes en las relaciones entre comunidades
religiosas pueden acabar desembocando en una situación mucho peor de todo lo
que hemos podido ver hasta ahora.
Conclusión
En definitiva, las perspectivas de las relaciones futuras entre sunníes y
chiíes resultan más bien preocupantes. Hasta hace no mucho, ambas comunidades
parecían haber sido capaces de contener sus tensiones, pero las cosas parecen haber
cambiado tras la invasión de Iraq de 2003. La emergencia de un gobierno «prochií»
en Bagdad, afín a Irán, ha suscitado los temores de numerosos actores regionales.
Los Estados del Golfo se han implicado activamente en una estrategia de denuncia
del surgimiento de una «medialuna creciente chií». Y todos estos temores no
han tardado en traducirse en choques y ataques entre ambas comunidades, de
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Barah Mikaïl
modo que Iraq se ha convertido en el más vivo vivo ejemplo de esta conflictividad.
Tras la Primavera Árabe, por otro lado, el grado de enfrentamiento sectario se
ha incrementado aún más, alineándose todos los factores en el sentido de una
creciente rivalidad entre el liderazgo regional sunní y una renovada pujanza chií.
A grandes rasgos, las comunidades tienden a asumir este «discurso del miedo»,
potenciado por algunos gobiernos. Pero esto no significa que pasen forzosamente
de la teoría a la práctica. Aunque los extremistas abundan en todas las partes,
tampoco es que nos hallemos en vísperas de una nueva guerra de religiones,
sangrientamente protagonizada por sunníes y chiíes. La mayor cuestión en liza
enfrenta a gobiernos antiiraníes y proiraníes y, aunque este conflicto político se
refleja en las relaciones entre ambas comunidades, esto tampoco significa que el
sectarismo se haya convertido en la clave para analizar la situación en el mundo
árabe, ni siquiera en el mundo musulmán. Algunos discursos y declaraciones
oficiales pueden producir esta impresión, pero la realidad es que no nos hallamos
en ninguna era de luchas religiosas generalizadas… todavía.
La geopolítica del conflicto entre sunníes y chiíes sigue siendo
geopolítica, por lo que aún se limita a la esfera política. Pero solo una mayor calma
política podría asegurar un entorno más pacífico. Para garantizar horizontes más
positivos, sería pues interesante no olvidarse de la importancia de la educación,
como vía para limitar la amenaza de propagación en toda la región del incendio
del sectarismo. Sin duda aún tiene que pasar mucho tiempo hasta que los
Estados y regímenes decidan aplacar sus miedos y rivalidades. Mientras tanto, las
comunidades y la gente constituyen la clave para garantizar una mejor perspectiva
de futuro y para superar el fatal escenario de un «choque de comunidades». La
Primavera Árabe ha introducido un nuevo actor, bajo la forma de un «poder
ciudadano» activo e influyente. Pero, aunque el potencial de este fenómeno
basado en la ciudadanía y en el ciberactivismo no es ningún mito, aún tiene que
ser confirmado. Así que ahora queda en manos de la gente demostrar que, más
allá de las consideraciones políticas, pueden establecerse relaciones pacíficas
entre comunidades que deciden convivir en el respeto mutuo, convirtiendo sus
diferencias en riqueza. Seguir esperando un enfoque de arriba hacia abajo en esta
materia tan solo va a multiplicar los desacuerdos y alejar el horizonte de la paz.
BIOGRAFÍA DEL AUTOR
Barah Mikaïl es actualmente un investigador sénior de la Fundación para las
Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (fride). Antes de unirse a esta
organización, era investigador sénior del Institut de Relations Internationales et
Stratégiques (iris) de París (2002-2010), en el área de Oriente Medio y norte de
África en temas hidrológicos. Se ha especializado en la región de Oriente Medio
y norte de África, y ha cubierto temas como las políticas de la ue y de Estados
Unidos en la misma, así como asuntos de seguridad, política y economía. Otras
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AWRAQ n.º 8. 2013
Geopolítica del conflicto entre sunníes y chiíes: una visión global
áreas que ha investigado tienen que ver con la etnicidad, el tribalismo y el islam en
el mundo árabe, así como con las cuestiones y desafíos de las políticas hidrológicas.
RESUMEN
La rivalidad y la conflictividad regional entre sunníes y chiíes se remontan a los
orígenes del islam, y desde entonces política y religión se han entremezclado a lo
largo de 14 siglos, aunque los hechos nos demuestran que la cuestión política y
la lucha por el poder han constituido muy a menudo el principal objetivo de los
líderes del mundo musulmán. Esto sigue siendo cierto hoy en día. Algunos Estados
como Arabia Saudí e Irán están intentando cumplir sus objetivos geopolíticos y
estratégicos compitiendo indirectamente por una legitimidad religiosa basada en
el sectarismo. Así que resultaría erróneo interpretar la evolución de la región
en clave únicamente sectaria. Pero la creciente importancia de la religión en
las políticas de Estado constituye indudablemente un hecho a tener en cuenta si
pretendemos comprender los desafíos a los que se enfrenta el mundo árabe actual.
PALABRAS CLAVE
Islam, sunníes, chiíes, mundo árabe, sectarismo, Irán, Arabia Saudí.
ABSTRACT
Rivalries and the original misunderstanding between Sunnis and Shiites go back
to the origins of Islam. Politics and religion have both been at stake 14 centuries
long, but facts stress that political issues and the quest for power have often been
the main objectives of leaders of the Muslim world. This remains a reality today.
Some States such as Saudi Arabia and Iran are trying to achieve their geopolitical
and strategic objectives by pretending indirectly to a religious sectarian-based
legitimacy. Reading the evolutions of the region through the only angle of sectarianism
would be misleading. But the growing importance of religion in State policies
is a fact that must be kept in mind when trying to understand what is really
at stake in the Arab world.
KEYWORDS
Islam, Sunnis, Shiites, Arab World, Sectarianism, Iran, Saudi Arabia.
الملخص
يعود تاريخ التنافس و النزاع الإقليميين بين السنة و الشيعة إلى بداية ظهور الإسلام، لتختلط السياسة بالدين لمدة 14 قرنا،
بالرغم من أن الأحداث بينت لنا بأن قضية السياسة و الصراع من أجل السلطة قد شكلا غالبا الهدف الرئيسي لزعماء العالم
الإسلامي. و هو الأمر الذي لم يتبدل إلى يومنا هذا .و تحاول بعض الدول مثل المملكة العربية السعودية و إيران تحقيق
أهدافها الجيوسياسية و الإستراتيجية بالتنافس الغير المباشر حول الشرعية الدينية القائمة على المذهبية. لذلك فمن الخطإ
تفسير التطورات الحاصلة في المنطقة إنطلاقا فقط من منطلقات مذهبية؛ لكن تزايد أهمية الدين في سياسة الدولة يشكل
من دون أدنى شك حدثا يجب أخذه بالإعتبار، إذا كنا نرغب في فهم التحديات التي تواجه العالم العربي اليوم.
الكلمات المفتاحية
الإسلام، السنة، الشيعة، العالم العربي، المذهبية، إيران، العربية السعودية.